Escuchando a la naturaleza




La mayor parte de las cosas que nos rodean han sido creadas por la inteligencia humana. Ya sabemos que detrás de todo orden, hay una inteligencia. Observando, pues, lo no creado por el pensamiento humano, podemos ver también un orden. La naturaleza es orden, el ritmo de los planetas girando en torno al sol es orden, las formas de las flores, los movimientos migratorios de los pájaros... etc. Y por supuesto, el cuerpo del ser humano está, igualmente, acomodado del mismo orden que lo está la naturaleza. Viendo que, efectivamente, tras el orden habita la acción de una inteligencia, detengámonos, pues, en esa inteligencia creadora del orden natural y, por tanto, creadora de nuestros propios cuerpos. 

¿Cómo se manifiesta? Podríamos decir que en todo lo creado: en el perfume de las flores, en el calor y en la luz del sol que nos dan la vida, en la semilla que en la tierra crece como alimento, en el agua que nos conforma... etc. Pareciera que esa inteligencia sabe de toda la existencia de lo que ha creado, y le proporciona lo necesario para vivir, pues los frutos que da la tierra nos alimentan, la luz del sol nos mantiene en la temperatura necesaria, el agua, el oxígeno... etc., todos ellos nos permiten, como decíamos, vivir. Podemos continuar y preguntarnos: ¿se pueden entender estas manifestaciones como una forma de comunicación? El movimiento de la luna parece indicarnos las mejores y peores épocas para iniciar una cosecha, la salida y la puesta de sol también parecen indicarnos los mejores momentos para iniciar actividades o para descansar, el sonido de la tierra antes de iniciarse un terremoto, avisa a los animales que pueden escucharlo del inminente movimiento. Podemos encontrar, si observamos, millones de formas de comunicación que nos ofrece la naturaleza. Los antiguos sabían bien cómo interpretar los movimientos naturales para actuar en consecuencia y en armonía con la tierra y con el cielo. Sin embargo, en las civilizaciones más urbanas, hemos perdido la facultad de interpretar este tipo de comunicación que no tiene idioma, ni lenguas fragmentarias, porque estamos mucho más relacionados con todas las cosas que son producto del pensamiento del hombre, que de las cosas que son producto de la inteligencia que ha creado la naturaleza. 

Si nuestro cuerpo está creado por la misma inteligencia que ha creado la naturaleza ¿no tendrá la misma forma de comunicación? ¿no será que, al haber perdido la facultad de comunicarnos con la naturaleza, también estamos perdiendo la facultad de entender las señales que nos envía constantemente nuestro propio cuerpo? Algo tan sencillo como un dolor de cabeza después de pasar horas y horas preocupados por un tema concreto, dándole vueltas, no entendemos por qué se produce. ¿No estará el dolor queriéndonos decir algo? Una indigestión de estómago tras una comida en compañía desagradable ¿no estará queriendo avisarnos de algo? Parece que incluso la ciencia oficial ha aprendido a aceptar que síntomas como el infarto tienen una relación emocional clara. Sigo preguntándome por qué solo aceptan este caso como el más claro, o casos de estrés o ansiedad, y aún no aceptan el resto de casos, en mi opinión, bastante evidentes. 

Gracias a todos aquellos investigadores de los que hablamos en este blog: Thorwald Dethlefsen y R.Dhalke (La enfermedad como camino), Hammer, B. Lipton (La biología de la transformación), Corbera (Biodescodificación)... etc. y otros tantos que continúan buscando interpretar las relaciones entre emoción, mente y cuerpo, se ha podido avanzar increíblemente en el descubrimiento y solución de múltiples enfermedades, aunque aún muchas personas lo desconozcan. 

El hecho de que la naturaleza y la inteligencia latente en ella, tengan un sentido, es realmente algo que ofrece una coherencia mil veces más grande que la que nos dice que la enfermedad carece de sentido alguno. 

Produce una inmensa tristeza pensar que la naturaleza habla mientras el ser humano no escucha” 
Victor Hugo

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