El hábito no hace al monje



Ser una “buena persona” tiene un distinto significado para cada sociedad, para cada religión, o incluso, para cada familia. Uno puede ser una “buena persona” si muere y mata por su país, bajo determinadas miradas. Uno cumple con el mandato de su tradición si practica la ablación a su hija, es decir, hace “lo correcto”. 

En base al condicionamiento que recibimos, nos creamos la imagen de un “yo bueno”, un “yo mejorado”, y funcionamos como él funcionaría. Como “deberíamos” funcionar. Sin embargo, este “yo” es una imagen, no es algo sólido. No somos ese “yo”, porque nuestras verdaderas reacciones ante determinadas situaciones, son otras. Sin embargo, intentamos ocultarlas, porque queremos aparecer ante los demás como “buenos”, o como “sabios”, o como “educados”, e incluso decimos “no te rebajes a lo que es el otro”, cuando en realidad, nuestra reacción sería la misma que la del otro.

Las reacciones más biológicas, las que guardamos en nuestras células tras miles de años de evolución, son las que con más facilidad escondemos, pues las consideramos, en cierto modo, “reacciones animales”, “políticamente incorrectas”. El problema viene cuando, no solo las escondemos, sino que ni siquiera somos conscientes de ellas. Si quedan en el inconsciente, suelen ofrecernos “avisos” para que las detectemos. Su forma de comunicación es el cuerpo, pues es el medio con el que siempre se han comunicado. El cuerpo, a través del síntoma, nos está diciendo que un impulso inconsciente clama por salir a la luz. Eso es lo que buscamos en la Bioneuroemoción. 

Por supuesto, no estamos promoviendo que nos dejemos llevar por los instintos animales primarios, ni mucho menos, sino que los observemos, pues todo aquello que dejamos en la oscuridad, se pelea por comunicarse con nosotros, y puede llegar a hacerlo en forma de enfermedad, si no es antes escuchado. 

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