Dibujo de Benjamín Lacombe
Creía ser una adolescente como otra cualquiera, pero ninguna lo es, menos aún ella, que vivía en los bosques de los cuentos de hadas.
A veces se miraba en un espejo que su madre tenía en la habitación. La había visto pasar horas frente a él, contemplando sus encantos. Sin embargo, ella no encontraba el mismo resultado al mirarse. Blanca veía a una joven anodina, una chica eclipsada por la extraordinaria belleza de su madre. Y como aquel espejo mágico parecía reflejar con detalle cualquier mirada, poco a poco fue siendo el portador del mensaje que escribía la cara de Blanca: una multitud de granos poblando su hermoso rostro, contaminado por aquellos pensamientos que no hacían más que maltratar su piel.
A pesar de todo, y sin ser preguntado previamente, una tarde cualquiera de un año cualquiera sin edad ni historia humanas, el espejito mágico susurró unas palabras a la joven adolescente: “Aunque no lo creas, eres muy hermosa”.
Aquellas palabras vibraron en su corazón, haciendo eco por todo su cuerpo, dibujándose en toda su piel, irritando a los huéspedes que cubrían su belleza. Antes de marcharse, mostraron su enojo enrojeciéndose aún más, dejando clara su potencia. Ella ignoró sus gritos, y se prometió no mirarse más al espejo hasta que se hubiesen marchado.
Días más tarde, cumpliendo con su palabra, volvió de nuevo a la habitación de su madre, se miró nuevamente al espejo, y encontró la exquisita presencia de la verdad.
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