El mejor maestro: el aprendiz




Un importante error, creo, que nos sucede a muchas personas que estamos trabajando en el camino espiritual, es que, en determinado momento, creemos que tenemos que dar una imagen de equilibrio constante, sin enfados, siempre con una sonrisa... ir con una actitud zen por la vida, en definitiva. Sin embargo, nos olvidamos que todos los seres humanos poseemos esa capacidad universal de enojarnos, envidiar, compararnos, acumular, poseer... etc. Por tanto, actuar como si no fuésemos humanos, actuar como si fuésemos un ideal de nosotros mismos, es actuar igualmente sobre una falsedad. 

Lo que hemos ido aprendiendo a lo largo de estos años es que, precisamente quienes intentamos enseñar, somos quizás quienes más tenemos que aprender, puesto que cada persona que acude a nosotros buscando un apoyo, nos da una inmensa lección. Cuántas veces encontramos en esa persona el espejo de nuestras propias carencias, y con las palabras que les decimos, aprendemos de nuestros propios errores. 

Cuando alguien comienza a aprender una terapia alternativa, o algo relacionado con el camino espiritual, suele tener tendencia a idealizar a su profesor, y esto genera una dependencia de la persona, que no tiene ningún beneficio. Es importante entender que el “profesor”, o terapeuta, es una persona normal y corriente, con sus días buenos, con sus días malos, con sus enfados y con sus alegrías, y que no te va a “rescatar”, ni a salvar de tus problemas. Simplemente es un acompañante que camina contigo durante un periodo de tiempo, y te muestra la dirección que él ya caminó, para que tú no tengas que pasar por los mismos errores y sufrimientos. Seguramente, tú también le mostrarás a él otro tipo de enseñanzas, y esa unión, así, se convierte en algo realmente poderoso. Siempre desde la libertad y no dependiendo, ni colgándonos de la energía del otro. 

En realidad, lo que mejor se enseña es aquello que no se sabe que se está enseñando. Es decir, a veces pasamos por cosas en la vida, que simplemente nos transforman, y es en ese actuar natural con una nueva conciencia, en donde más enseñamos a los demás a vivir de forma libre y consciente.

Es cierto que a medida que uno va descubriendo y ampliando su consciencia, suele llevar de otra forma los problemas, los enojos, o cualquier situación incómoda; sin embargo, las pruebas de la vida seguirán apareciendo hasta que abandonemos este mundo, por lo tanto, aquellos que enseñan también las padecen, y también caen en la desesperación de vez en cuando. Endiosar a las personas es un ejercicio que no sirve más que para provocar dolor, ya que tarde o temprano les acabaremos bajando del pedestal en el que les pusimos y, si podemos, les daremos un pisotón. 

Simplemente entender que quienes enseñan son también aprendices, y que yo, aprendiz, también soy un maestro, facilita mucho cualquier sesión o curso que trate de buscar un equilibrio interior y un bienestar emocional. 

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