El noble y engañoso arte de "no juzgar"


Fotografía de Chema Madof


Muchas personas hoy en día intentan practicar el noble hábito de “no juzgar” a los demás. Sin embargo, nuestra mente tiene un mecanismo que hábilmente ha ido especializando y que salta como un resorte cuando detecta algo "reprochable" en otra persona. De modo que esa especie de idílico paraíso en el que no juzgamos, se convierte simplemente en un ideal, y no en una realidad, dejando los juicios agazapados en el fondo de un poso bastante oscuro. 

Ciertamente, juzgar a los demás es una de las cosas más dañinas que podemos hacer, en primer lugar, hacia nosotros mismos, y en segundo lugar, hacia el objeto de nuestro juicio. La crítica, el creernos que tenemos el conocimiento suficiente de otra persona como para decidir si lo que hace “está bien o está mal”, nos hace fijarnos en una sola parte de una persona que, en sí misma, es un mundo. Lo que yo veo de una persona, es mi interpretación. Seguramente, si nos empeñamos en juzgar a alguien, en decidir sobre él o ella lo que nosotros opinamos, encontraremos muchas personas que nos den la razón. Una frase muy común que nos puede resultar indicativa de que estamos juzgando es: “es que no solo lo pienso yo, también lo piensa Fulanito, Menganita, Turcundito... etc”. 

Si queremos juzgar, si queremos ser las víctimas del mal hacer de otra persona, encontraremos cientos de razones que nos darán la razón. Y si nuestro interés es tener la razón, podremos continuar con esta actitud y enredarnos en ella. Sin embargo, si algo dentro de nosotros se duele cuando criticamos, cuando mantenemos estas actitudes ponzoñosas, y quiere cambiar, entonces tenemos que olvidarnos de tener la razón, de salir vencedores, y cambiar nuestra forma de pensar

En mi opinión y por mi experiencia, que es de lo único que puedo hablar, nunca he podido “no juzgar” simplemente por tener voluntad de no hacerlo. Los juicios, muy a mi pesar, aparecían constantemente, y con más intensidad quizás, cuanto más intentaba frenarlos. Sin embargo, cuando empecé simplemente a “observar” el juicio, a no darle importancia, a sentirlo casi con una densidad, fue cuando pude comenzar a desecharlo. Al principio puede parecer que no sabemos qué estamos haciendo, pues es un trabajo que no realiza la mente, y por eso nos confunde; es nuestro Ser quien hace la limpieza de los juicios, si dejamos a nuestro pensamiento tranquilo, si no le damos tanta importancia y generamos un poco de espacio. La potencia del Ser, sumamente amorosa, limpia la ponzoña de la crítica que, insisto, sale inevitablemente de nosotros, pues además (y podríamos ir más allá) nos está mostrando algo. 

Simplemente quería compartir esta experiencia, pues últimamente acuden muchas personas a nosotros con el dolor de sentirse “malas personas” por juzgar, y queríamos echar una rienda a ese tipo de pensamientos que solo nos mantienen en el dolor. Todos juzgamos; lo importante, creo yo, es la importancia que le demos a ese juicio. Quien deja de juzgar por voluntad, acaba juzgando a los que juzgan, y ese peligroso terreno es solo un engaño más de la mente que se cree más espiritual que otras personas

Sentirse cada día más aliviado de la densidad de los juicios y la crítica, es una de las experiencias más bellas que nos puede dar la vida pero, insisto, parece que el Ser Interior es el único que puede hacer este trabajo de limpieza, pues el pensamiento mismo, el que pone la voluntad de querer acabar con el juicio, es su máximo generador. 

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